LEYENDA DE LA ROCA DEL INFIERNO por FÉLIX SEGOVIA

LEYENDA DE LA ROCA DEL INFIERNO

El Diccionario Enciclopédico sitúa al pueblo de El Espinar a la salida de un gran desfiladero llamado «El Boquerón», en uno de cuyos angostos lados, el correspondiente al «Cabeza Renales», existe una roca enorme, como un gran furúnculo pétreo nacido al monte y conocido por los nativos por «Roca del Infierno» o «Roca del Diablo».

No sé por qué causa, quizá por uno de esos fenómenos del subconsciente que bullen en nosotros, como diablillos, sin razón aparente, vino a mi memoria una leyenda escuchada en mi juventud en la taberna de mi tía María, cuando uno de los parroquianos, de provecta edad, vecino del pueblo, la refería a los allí reunidos en derredor de la estufa, a cuyo calor desentumecían los ateridos miembros, porque fuera, el tiempo, por ser pleno invierno, azotaba la ventisca con siniestras intenciones.


Quien hablaba, hombre ya curtido por los vientos de muchos soles, les decía a sus conciudadanos haber escuchado a sus mayores una leyenda que ellos la titulaban del «Risco del Diablo».

Cuenta la leyenda, decía el narrador, que había en el lugar una zagala que en nada envidiaba en honestidad y hermosura a la famosa cabrera «Marcela», de que nos habla Cervantes en su inmortal obra del Hidalgo Manchego, cuya belleza provocó en Cardeña unos amores infaustos que al no verse correspondidos le llevaron a la muerte y dicen de la hermosura de la zagala y de su adusta esquivez que corría pareja con la de aquella vaquera de la finojosa que el marqués de Santillana describe en sus serranillas:
<<No hay moza más bella y fermosa y esquiva que aquesta vaquera de la finojosa>>.

Diariamente nuestra zagala vecina salía al monte con un hato de cabras a las que pastoreaba por las praderas del «Cabeza Renales». 

Corría, no ya por el pueblo solamente sino por sus contornos, de boca en boca, la singular belleza de la cabrera espinariega, siendo motivo del comentario diario, no ya solamente por su hermosura, sino también por su conducta esquiva rechazando galanteos y donaires, tanto de los zagales de su edad y condición como de roda persona que intentara exaltar su beldad. Era como la flor salvaje nacida en plena naturaleza solamente acariciada por los soles y los vientos.

Un malhadado día llegó al pueblo, procedente de Salamanca, en donde estudiaba Bachiller, el hijo de uno de los más importantes hacendados del pueblo.

No tardaron en llegar a oídos del mozo las alabanzas ponderadas de la hermosura, belleza y esquivez de la zagala.

Más por curiosidad que por otra clase de razones afectivas, ni siquiera por caer en la vanidad del donjuanismo o la de domeñar a tan bella fierecilla, decidió un soleado día de los que tenía de asueto, subir al monte para contemplar en el marco de la naturaleza hi gracia inmaculada de aquella zagala ponderada por bella y hermosa.

Sobre un risco hallábase la moza, las blondas del endrino pelo al viento, el busto erguido, desafiante daba la impresión de ser la representación de una diosa pagana retando a los dioses del Olimpo; ni Júpiter Tonante, dios de dioses, ni el propio dios Pan, dueño y señor de los bosques, se hubieran atrevido a romper el encanto de su divinidad.

El monte rugía de gozo, cantaban su belleza los arroyos saltarines, las aves envidiaban el timbre de su cantarina voz, las bestias la rendían acato y obediencia teniéndola las flores por la más galana y olorosa de todas ellas.

Pero ... un día, triste y nefasto para ella, Cupido convenció a Eros para que sacara una flecha de su carcaj y la lanzara al corazón de la bella, que al fin mujer se dejó prender en las sutiles redes del amor ... y es que para este duendecillo disfrazado de dios no existe belleza que se resista ni honestidad que no sea vencida.

Y pasaron las cosas que suelen pasar cuando el amor y el deseo se entremezclan entre hombre y mujer.
Pasaron los días y el Bachiller, por imperativo de sus estudios, hubo de regresar a Salamanca, no sin antes jurar a su amada en el mismo sitio y lugar donde le ofreció su virginal pureza que regresaría a cumplir lo ofrecido.

Pasados unos meses, no se sabe si por presión familiar, por vanidad de conquistador o por la causa que fuese, envió a la zagala notificación dando por cancelado el compromiso con ella contraído.

Al siguiente día de haber recibido la desagradable noticia de la ruptura del juramento que la había sido hecho, decidió subir a la majada con su hatillo de ganado como si nada hubiera sucedido. Llegó la noche y no regresó la zagala. Buscáronla al siguiente día y de ella no hallaron ningún rastro; solamente encontraron al píe del risco una planta de un subido tono rojizo.

Cascada Boquerón - Leticia Romero

Al cabo de algún tiempo regresó el Bachiller a casa de sus padres, enterándose del suceso.

Decidió al siguiente día de su llegada subir al lugar donde había gozado de las caricias y encantos de la zagala, como el criminal suele volver al lugar del crimen. Al llegar al píe del risco observó la existencia de una planta un tanto rara y extraña por su forma y color. Se acercó a ella más por curiosidad que por otra cosa, cuando observándola no supo si por causa del viento o de su imaginación, se movía y que a la vez salía una voz que le recriminaba su conducta con respecto al juramento pactado.

No se volvió a ver al Bachiller y las gentes que subieron a buscarlo al monte encontraron al pie de un risco enorme dos plantas silvestres, la una junto a la otra, como en amoroso coloquio y ambas de un subido color púrpura, que al tocarlas despedían una especie de líquido rojizo como si fuera sangre.
Algunos de los que subieron a buscar al Bachiller, al llegar al risco y contemplar la rara y extraña flor que crecía a sus pies, al intentar tocarlas creyeron oír, no saben si sugestionados por el lugar o por algún fenómeno extraño para ellos desconocido, una voz que les avisaba de estar en unos dominios señoreados por el «Risco del Diablo».

Terminada la narración nuestro personaje quedó un momento dubitativo, como si tratara de ampliarla o le hubiera quedado algo por narrar: Acto seguido comentó: No sé si decirlo o no. Voy a contarlo: Ya sabéis lo que se dice del Cerro de Cabeza Renales, que si su voluminoso vientre es un gran embalse de agua de capacidad inconmensurable; que si reventará en alguna ocasión, no sabemos dónde todos iríamos a parar.

Bien sé que es pura imaginación; que tal embalse no existe y si existe, lo mismo que lleva miles de años sin hacer alarde de su potencia interior, continuará por siglos y siglos en el mismo estado.
Hay quien dice que esto de la leyenda pudo ser muy bien verdad y la relaciona con el Cerro Renales al que consideran un ser mítico, fabuloso, petrificado en el tiempo por obra y gracia de algún dios del Olimpo ofendido por aquél.


Yo me limito, dijo el narrador, a contaros lo que escuché de labios de mis mayores y terminó su narración el parroquiano de la taberna de mi tía María.
Por mi parte ni quito ni pongo rey, me limito a transcribir unos recuerdos escuchados en mi juventud.

FÉLIX SEGOVIA


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